Cuando se cumplen veinte años de la publicación del primer borrador del genoma humano, la secuenciación genética puede contribuir a orientar la respuesta de la salud pública a una pandemia casi en tiempo real por primera vez. Sin embargo, la mayoría de los países no han adoptado esta respuesta de alta tecnología.
En las narrativas científicas, políticas y de barra de bar sobre el paro y el desempleo, un auténtico chivo expiatorio es el robot, la encarnación sin carne ni hueso de la temida automatización. Mientras, la tecnofobia podría ser la detonante de una nueva oleada del terrorismo internacional a mediados de siglo
La respuesta social de las medidas preventivas contra la pandemia es la misma que reciben los estudios para atajar problemas en el mundo no occidental o cualquier campaña de salud pública que prive del tabaco, el alcohol, torrarse al sol o disfrutar del sexo libre de anticonceptivos. No lo confunda con la apatía. Es la sociedad del miedo en estado puro.
Los aportes científicos de la ciudadanía caen bien cuando los alojan las grandes instituciones, pero la salud deviene terreno pantanoso más cuando el prestigio de la ciencia se las ve y se las desea con la gestión política de la pandemia
El coronavirus es el momento de vivir la ciencia en directo. Para parte de los nuevos admiradores de la evidencia, el mundo de la investigación se envasa como un territorio libre de conflictos e intereses. El riesgo de crear lecturas prociencia, tan perjudiciales como las campañas anticientíficas, está en hacer mella en la confianza de los investigadores. Esto es sumamente importante cuando la disposición de las personas a vacunarse contra la covid-19 se relaciona con sus niveles de confianza en la ciencia.
Cuando se niega el rescate a la asignatura de Ética, el gobierno español promueve su plan contra las noticias falsas. Sin menospreciar la necesidad y el alcance de este tipo de medidas, la contradicción de recortar en Filosofía y apretar en vigilancia informativa resulta un equilibrio tan difícil como lo es detectar el fraude científico
El coronavirus y su crisis no solo sanitaria ha resucitado la discusión sobre una vieja queja, la ignorancia mutua de políticos y científicos o un choque de analfabetismos, que engloba dos mantras: la culpa es de los políticos y los científicos no saben nada de gobernar